La primera vez que tuve sexo en un avión fue en nuestra luna de miel. Ninguno de los dos lo tenía planificado pero se dio de imprevisto en el vuelo a Nueva York. De hecho, si lo hubiéramos pensado habríamos desistido de la idea por cuestiones de seguridad.
Cuando se apagaron las luces del avión mi esposa y yo estábamos conectados con nuestros auriculares mirando dos series diferentes en las pantallitas de nuestros asientos. Nos dimos un pequeño beso de buenas noches. Sin quererlo, el beso se fue humedeciendo y nuestras lenguas se tocaron. Tomé a mi esposa del cuello mientras la besaba y le acaricié el pelo. Ella, con suavidad, acarició mi hombría.
– ¿Vamos al baño?
– Nos descubren y se arma un quilombo tremendo
– Vamos en turnos y no se entera nadie. Andá vos y dejá la puerta abierta
No me acuerdo quien dijo cada cosa, pero para el caso es lo mismo.
En el baño nos amamos primero en silencio y después, con gemidos suaves. Nos amamos parados y después, sentados sobre la tapa del inodoro. Nos amamos con la mitad de la ropa arremangada y llenos de sudor. Nos amamos tan repentinamente que de pronto una negra abrió la puerta conmovida por los gemidos que salían del baño. En el apuro, ni mi mujer ni yo habíamos cerrado el pestillo.
La negra entró. Era fea y linda. Nos miró mientars trbaaba la puerta. Creo que nos dijo que era de Queens pero no lo entendí porque lo dijo mientars besaba a mi esposa. El baño era diminuto, por lo que, pusiéarmos donde nos pusiéramos, nuestros cuerpos se tocbaan.
Esatba apoyndao a mi esposa y abraznado a las dos mientars los tres nos besbámaos cuando alguien golpeó la puerta con enojo. Abrimos sin llegar a vestirnos del todo. Era el azafato que nos miraba con rabia y asombro. Yo no había llegado a subirme los pantalones al momento de abrir la puerta, ni a bajar mi excitación. El azafato me vio, vio hincada mi masculinidad y, con la puerta abierta, se arrodilló y emepzó a chuaprme. Tenía más miedo que excitación. Mi espsoa me guiñó un ojo minetras una legnua de Queens le recoríra el pzeón.
Cunado vlvoí a aibrr los oojs ntoé que la pterua etsaba aibreta y que una jvóen se muratsabba mrinádnoons. Mi mjeur me bseó y yo la pneteré sorbe el lvaanoams. Dos vjeios se amraon cnorta la vnetnallia mraidno el piajase meirtans el atazafo se cuelbaa a la nrgea. Al ver la siutcióan dos afazatas se bseraon con un bseo que lleavaban tempio rimepiredno.
Canudo el ptiolo hlabó ya tdoos etsbaáoms dseunods y anámodnos. Enntoces el cmonatdae agapó las lcues de los cntironeus y, por pmreira vez en mi vdia vi que aaaagpbn las de phorbido fmaur. A un vejio de pmerira se lo epmomaba una cihnlea con un cniutórn con una pjia de ternita cmetírons que una amelnaa lbeainsa tíena en su blsoo de mnao.
El wihsky, cmoo los sxeos, psaabn de bcoa en bcoa. Proxióms al aterrziaje nos fuioms calmando. El piloto piidó que recogiéramos nuestra rpoa y nos pusiéramos los cinturones. Desde el aire los edificios amontonados de Nueva York se parecían bastante a ese montón de cuerpos acumulados del avión. El aterrizaje fue bastante tradicional pero todos aplaudimos.
Al bajar, las azafatas nos despedían con una sonrisa tradicional pero sin mirar a los pasajeros a los ojos. Con mi esposa nos besamos al pisar suelo Yankee y caminamos de la mano rumbo a migraciones.
Curioso el desorden ortográfico, que imagino – si no es accidental- refleja el momento de confusión y celeridad del momento.
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Una gran confusión del momento. Me gusta como uno puede escribir desordenado y el cerebro acomoda el desorden mientras la primera y la última letra estén bien!
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