
Nunca me animé a jugar con las que se visten de cuero, pero esa vez fue diferente. La vi venir arrastrándose, revolcándose por el piso, como pidiendo disculpas por algo. Me acerqué por instinto. No estaba acostumbrado a jugar con ella de esa forma. Nunca quise lolas con mujeres como ella.
La levanté, suavemente, sin agacharme. La acaricié con dulzura, como devolviéndole el amor que ella me entregaba. Quizás ella estuviera acostumbrada a la violencia y por eso se entregó con sensibilidad a mi juego. La rodeé entre mis piernas mientras la levantaba, y ella, completamente desnuda (pero vestida con cueros), subió por mi muslo sudoroso.
Se detuvo un instante en mi entrepierna. La miré desde arriba sin saber qué hacer. Tuve la certeza de que ella tampoco lo sabía. En esas épocas yo me había ganado bien la fama de tímido. Ni ella ni yo nos hubiéramos imaginado nunca estar en una situación así.
De pronto empezó el juego. Ella comenzó a moverse acompasadamente. Yo traté de mantener un ritmo constante. La falta de práctica hacía imposible mantener el tempo. De pronto la empecé a sentir incómoda, como si dudara. Antes de que se vaya la hice rebotar contra mis piernas con fuerza. Menos ritmo pero más violencia nos dieron a los dos una sensación de confianza. Ella en cada golpe se la notaba feliz y yo sentía que llevaba el control.
Me había negado años a sentir esa extraña sensación. Reencontrarme con esto me estremecía por dentro, me excitaba terriblemente. Claro que la falta de práctica nublaba un poco el conocimiento sobre lo que debía hacer. Mi única certeza era que si seguía como hasta ahora ella nunca iba a caer. Mi miedo era su improvisación y que no pudiera controlarla.
De pronto comenzó a alejarse. La quise acercar a mi cuerpo pero ella parecía haber decidido abandonarme. Subí el ritmo, apuré mis movimientos y perdí el control. Ella, que hacía instantes me había buscado enamorada, ahora me rechazaba.
Casi sin sentido, la pasé por mi cuerpo. Pasó, sin ganas, por mis rodillas, por mi pecho, mi hombro y hasta por mi cabeza. Casi con asco, repelía cada movimiento. Pasé del amor al desasosiego y, finalmente, al odio. Dejé de sujetarla y la hice caer al suelo. Me reproché insistir con los «jueguitos» de la infancia que había prometido no volver a hacer.
Una vez que ella se encontraba rebotando en el suelo, desnuda y desprotegida, tomé carrera y la pateé. Pasó por arriba de la medianera a la casa del vecino.
-Juaco que fue ese ruido? Fuiste vos o las nenas?
Preguntaron desde la cocina.
–Fui yo. Las nenas están jugando. Fui yo que otra vez se me fue la pelota a lo de don Pascual
Ya lo había prometido, pero volví a repetirlo: En la casa de mis viejos, con esa pelota, no juego nunca más.
Divertida la historia.
Me gustaMe gusta
Gracias!!!
Me gustaMe gusta
¡Me ha gustado mucho, Juaco! Juegas con la imaginación del lector y al final descorres el velo. Y, claro, la imagen también aporta a tu juego narrativo, no se puede desconocer.
¡Saludos!
Me gustaMe gusta
Tenés mucha razón Carmen con la foto! Fue muy dificil encontrar la imagen para ilustrar éste relato sin Spolear nada!!!
Me gustaLe gusta a 1 persona
Al principio malpensé jajajaja, Dios, cómo juegas con la mente del lector. Me encanta. Saludos.
Me gustaMe gusta