
Estas vacaciones cuando estábamos llegando a la costa Valentina, mi hija mayor, me preguntó si faltaba mucho. “Veinte minutos, hija” respondí con precisión científica. Extrañada, como si la información no fuera suficiente, me repreguntó “¿Eso es mucho o es poco?”… y no supe qué decir.
Para que lo que restaba del viaje no fuera difícil le desestimé como que no era casi nada, pero le mentí. Yo, desde el 25 de mayo de 2018 que organizamos el Encuentro Nacional de Juventud sé que un minuto puede ser infinito.
Éramos un grupo de unas ciento cincuenta personas que en total llevábamos acumulado de experiencia en eventos seis peñas, tres bingos para juntar fondos y dos festivales de rock y de pronto tuvimos por delante un evento para 50.000 personas.
Por más de que estuvimos dos años planificando descubrí media hora antes del arranque que no estábamos preparados para semejante monstruo. Listos para dar la voz de aura me preguntaron si el generador de back up tenía nafta y me di cuenta de que no teníamos ni nafta… ni generador de back up.
Tardamos media hora en conseguir uno y quince minutos más en que llegue. Es decir, lo mismo que dura el segundo tiempo de un partido en el que perdés uno a cero, pero con la diferencia de que en el fútbol y la derrota 45 minutos no son nada, y cuando esperas un generador puede ser una eternidad.
Para que nadie se diera cuenta de que estábamos casi naufragando teníamos mucha pinta de productores de espectáculos. Cada uno tenía su remera de organizador y un handie. Lo que nadie sabía era que, en líneas generales, ninguno de los walkie talkie andaba. Por eso, cuando escuché “Juaco, ¿estás ahí? tengo un problema grave: parece que alguien se muere, pedí ambulancia”, lo sentí como una señal.
El show había arrancado hacía un minuto y todavía faltaba entrar mucha gente. Entonces todos comenzaron a abalanzarse sobre la puerta, al grito de “nos estamos perdiendo todo el espectáculo”. El mismo minuto cortísimo de un precoz también puede ser el instante inmortal de quien se pierde un momento de un show.
Mientras avanzaba hasta la puerta, temblando de miedo, me acordé de mi primer día en la facultad. Esa emoción mezcla de incertidumbre, expectativa y pánico, ya la había vivido en la Universidad.
Mi primera clase en la UCA fue de guión. El profesor estaba explicando una entrega de un videominuto cuando una alumna lo interrumpió para protestar aduciendo que era poco tiempo para hilvanar una historia.
El maestro detuvo su marcha por el aula justo al lado mío, me miró y me pidió que pasara al frente y se quedó en silencio. Durante sesenta segundos estuve parado, sin hablar, todos me miraban, yo no sabía qué hacer. Terminado el minuto el profesor me miró y me dijo “¿podrías explicarle a tu compañera si un minuto es mucho, o es poco tiempo?”.
Cuando llegué a la puerta del estadio la situación estaba controlada y no había sido más que un susto. Estuve un minuto en silencio frente a una clase en mi primer día en la facultad y un minuto corriendo desesperado pensando que alguien se moría en mi primer evento en un estadio.
También estuve 21 minutos manejando desde que Valentina preguntó cuánto faltaba. Cuando llegamos me reprochó que le había mentido por un minuto.