¡Qué difícil ser millennial!

Hay cosas que no me gustan de ser millennial. En principio son casi todos beneficios, pero me incomoda un poco que Valentina, mi hija de seis años, no pueda explicar de qué trabaja su papá. Estoy frente a computadoras o cámaras de tv (escribiendo o entrevistando) un tercio del día, cinco días a la semana, veinte días al mes en un canal de televisión. Si lo pienso bien, estar tanto tiempo dedicado a algo tan intangible me asusta un poco.  

Hace unas semanas, y para que se hiciera una idea sobre mi laburo, le mostré algunas notas que andan dando vueltas por la web, le leí uno de mis cuentos y la hice escuchar los relatos de soundcloud. Después de todo eso, le pregunté si entendía de qué trabajaba papá y me respondió con soltura “Si, sos youtuber”.

Ante tamaña respuesta no pude más que invitarla a una grabación de mi programa en la tele. Se mostró mucho menos interesada de lo que imaginaba, pero accedió.

Como si se tratara de una primera cita, fui interesante y misterioso (porque impresionar a una hija es una tarea que debe hacerse con cuidado). Busqué sorprenderla con la lente de la cámara, pero ella se preguntaba por qué no grabábamos con un teléfono; le mostré la tarjeta de almacenamiento, pero ella quería ver el botón de bluetooth; también me pregunté en voz alta por una fecha, y valen me recomendó buscarla en Google.

Todo estaba saliendo casi bien, hasta que pasó lo de la vieja. Sin que estuviera pensado, una señora de unas 65/70 años se acercó y, delante de mi hija, me saludó con algo de cholulismo.

Tenía toda la pinta de ser de las personas que dialogan con la trama de las novelas, que aconsejan a la mucama no enamorarse del millonario y le dicen “mala” a la antagonista que inventa su embarazo. Como este tipo de televidentes no son los ideales para alardear sobre la fama y el reconocimiento, respondí a su saludo con ambigüedad.

La vieja estaba embobada, como si estuviera hablando con Badía o César Mascetti. Valentina no entendía por qué esta señora saludaba a su padre, pero miraba atenta. La cosa se puso medio mal cuando la dama empezó a hablar de que había visto una rata en un restaurante, y terminó por pudrirse cuando manifestó que quería saber si yo era el de la tele para hacer la denuncia en el programa.

Casi muero de vergüenza. Quise salir del paso y me salió la excusa más absurda. “Es que yo no soy yo, señora” trastabille verbalmente y para arreglarla aseguré: “Yo no soy de la tele… yo soy youtuber,  ¿No, Valen?”.

Sé que estuve pésimo incluyendo a mi hija, pero en estas cosas es muy difícil ser millennial. A veces siento que vivimos en un mundo que ya fue, pero que todavía no es… un lugar en el que las herramientas para vivir en él vencieron cuando nació internet.

En un extremo de este sitio,  están los que “telenoche” era un miembro de la familia. En el otro, los que no entienden lo que no es on demand. El mundo que conocíamos se está cayendo a pedazos y en el medio nosotros: los criados por unos, teniendo que educar a los otros.

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