En la mesa de afuera del bar La Cornisa nos juntábamos todos los miércoles “Los carolos de caballito” a tomar unas cervezas y hablar de la vida. Charlas inverosímiles, anécdotas inventadas y levantes imaginarios nos congregaban cada siete días en un encuentro para cortar la semana.
De esos años heredé una manía pelotuda: meter maníes en la cerveza y quedarme mirando cómo suben y bajan por el vaso. Debo haber estado colgado con eso porque no escuché cómo empezó la conversación que cambió la vida de Legui para siempre.
Con Legui, Diego, Emi, Vicky y tabo teníamos una banda: Destinos Cruzados. Pero en La cornisa no solíamos juntarnos todos. Legui era el trotskista del grupo. Cualquier charla con él se perdía por caminos sinuosos de proletariados y protestas capitalistas. Él quería mezclar su especialidad, el pan relleno casero, con las técnicas de las golosinas dos corazones (las que venían con papelitos con poemas dentro). Sólo que su propuesta iba un paso más allá, en lugar de poemas, debían enviarse mensajes revolucionarios, para avivar a la gente del sinsentido del sistema capitalista.
“Ni la levadura trabaja en poco tiempo en la harina, ni el proletariado puede apoderarse del poder por una insurrección espontánea”, “Gustoso revelaré los secretos de mis recetas, como revelaré a los oprimidos el camino a la revolución”, “El queso es la esencia del relleno del pan, y el partido, el de la revolución proletaria”. Esas frases aparecían entre los panes de mi amigo.
El emprendimiento era algo extraño pero funcionaba. A las semanas en la mesa de los Carolos, a Diego, que era más dado con la tecnología, se le ocurrió que debían integrar los panes caseros con una APP que él mismo diseñaría. “Me gusta la idea porque puedo ayudar a cuidar el planeta, loco. Nada de impresiones, basta de talar árboles para generar pasta de papel…” Legui siguió hablando pero yo me volví a perder en los maníes que subían y bajaban por el vaso.
Paradójicamente, la APP empezó a darle al proyecto de Legui una visibilidad y una industrialización que él aborrecía. A punto tal de que Mercado Libre se interesó en aquella pequeña pyme de pan relleno, facilitándole la tarea de distribución. A Legui le daba asco esa “empresa modelo” y creía que Mercado y Libre eran un oxímoron. Así que de pura bronca rebautizó a su empresa asociada con la página de ventas con otro oxímoron: “La Industria del Pan Casero”.
Una noche estábamos con Diego y Emi disfrutando de nuestro miércoles carolo (la mesa de los carolos de caballito se ve en esta foto), no me acuerdo quién inventaba una historia de amor con una modelo, cuando Legui interrumpió tirando sobre la mesa una revista. El enojo era evidente, como si estuviera desenmascarando alguna operación periodística del medio. Pero no, ahí estaba en la tapa de la revista Forbes Argentina, nuestro amigo con el título “El empresario del año”.
“Soy una amenaza para el sistema y por eso quieren absorberme, como hicieron con los hippies en Estados Unidos, o con el Ché después de su muerte convirtiéndolo en remeras de diseño…” siguió hablando pero justo una burbuja de cerveza llevó el maní hasta arriba y lo empecé a empujar para abajo con el dedo.
Con todo esto Legui estaba enojado pero cuerdo. Pero la tapa de una revista como Forbes hizo escalar la historia a niveles insospechados. No fue hasta que lo llamaron de Sillicon Valley, que mi amigo explotó. La propuesta de Google era comprar la empresa y desarrollar un algoritmo para que sus “aforismos” llegaran a las personas indicadas. Odiaba venderse al imperialismo Yankee pero también se abría la gran posibilidad de calar hondo sus mensajes revolucionarios.
El trotskista debía tomar una decisión, y para eso nos llamó a todos a una reunión de urgencia un lunes a la noche en La cornisa.
“Es bueno que una persona sea en sí misma un medio de producción” decía Emi, que no veía con malos ojos la propuesta. “Está quedando viejo el paradigma de la lucha de clases, el mundo cambia y la revolución parece demodé” decía Diego, con un análisis demasiado lúcido para la cantidad de cerveza tomada. “Los individuos, bajo la perspectiva errada de “los proyectos de vida”, son, en realidad, en nuestros días, amos y esclavos a la vez” opiné, sin que mis amigos se dieran cuenta del absurdo de haber googleado una frase para debatir sobre Google.
Lo que sigue no sabemos si es cierto, pero es lo que Legui nos contó tiempo después en el bar. Según parece, nuestro amigo viajó a Silicon Valley por una reunión. Esperaba encontrarse con el CEO del buscador y descargar sobre él la munición dialéctica pesada. Legui viajó a San Francisco convencido de que todo esto era un plan para callarlo y sacarlo del mapa por anti sistema, pero en mesa de entrada le dijeron que como el CEO estaba con hemorroides no iba a poder atenderlo.
Siempre según el relato del trotskista, mi amigo empezó en la puerta de Google a los gritos “Todos ustedes están acá siendo absorbidos por el sistema, bajo la perspectiva de crecer día a día en la empresa son funcionales al capitalismo que lo único que espera es enriquecer cada vez más a los mismos. Los invito a ejercer la presión necesaria sobre la burguesía y sobre su propio gobierno. No quiero dejar pasar el momento de la insurrección, quiero que…” Y siguió contando del discurso que dio en las puertas de Google en San Francisco, pero justo un maní se chocó con otro en el vaso, me dio gracia y me quedé mirando el vaso como cuando miraba el protector de pantalla del dvd, esperando que el logo pegara justo en la esquina.
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Un comentario en “Google y el pan relleno”