Mi viejo es un tipo tan recto como obsesivo. Fue siempre difícil discutir con él porque no se mueve de sus convicciones. Pero además, es ingeniero. Cuando era chico, si tenía alguna duda decía “Papá, vos que sos ingeniero…” y no importaba si la duda fuera sobre tecnología, física cuántica o berenjenas porque ser ingeniero, para mí, era “saber todo”.
En las antípodas de mi viejo estaba Jorge Troncoso, mi entrenador de infantiles. Jorge sabía sólo de fútbol, y si nos ponemos estrictos, sólo sabía de ganar jugando a la pelota. El entrenador sabía cómo protestar, que táctica defensiva usar y cuando pegar patadas. Troncoso, formado en un fútbol de poca retransmisión por TV y sin ningún VAR, nos enseñó que si el árbitro no nos veía, no era foul. (De Jorge Pueden ver su figurita cuando fue jugador de la selección)
Siguiendo la educación futbolística de Troncoso, en un partido del campeonato frente a Estrada de Almagro (nuestro archirrival) le rompí la oreja de un trompazo a un delantero. No me acuerdo bien la jugada, pero si me acuerdo que en el área (siempre jugué al arco) esperé que el árbitro mire para otro lado para pegarle un trompazo al 9 rival. También recuerdo que el player dio unos pasos bamboleante, hasta que cayó al suelo, que se levantó y se volvió a caer. El partido siguió después de que hicieran el cambio y tras que el padre del lesionado se fuera a los gritos del club “arquero yo te ví… sos un hijo de puta”.
El trompazo hubiera sido una historia olvidable, como el resto de los golpes que dí, de no ser por lo que pasó con mi viejo. Es que tiempo después, en una reunión de la empresa Alejandro y un cliente descubrieron que sus hijos jugaban fútbol infantil en la misma categoría y división.
– Es que mi hijo juega al fútbol en FAFI los sábados y no podríamos coordinar la reunión ese día- Imagino que debe haber dicho mi padre.
– Mejor, porque el mío también y quisiera ir a verlo-
– ¿En qué división juega tu pibe? –
– Juega en Estrada de Almagro – debe haber dicho el cliente, e imagino que agregó – Juega de nueve en la 86´-
– Mirá que casualidad, mi pibe también es 86, juega en chacabuco- podría haber comentado mi padre con cierto orgullo (porque los teníamos de hijos a Estrada).
– Uff no me hables de la 86 de chacabuco- o algo parecido dijo el cliente, mientras la cara de mi papá se transformaba. -El arquero de la 86 es un hijo de puta, a mi pibe tuvieron que internarlo por un trompazo que le pegó cuando nadie lo estaba viendo- Y mi viejo no creo que se haya animado a confesarle que se trataba de mí.
Todo este diálogo lo imaginé desde el momento en que mi viejo me encerró en la pieza para decirme que tenía que hacer algo por él: pedirle disculpas a alguien por haberle pegado a su hijo. Alejandro trató de darme lecciones morales, y debe haber sido un cliente importante porque nunca se metía en los temas que correspondían a Jorge Troncoso.
Fue la primera vez, y quizás la única, que me enfrenté a mi papá. Aunque me lo pidiera por favor, le dije que “el fútbol era un deporte de vivos” y que si mi trompada sin que la vea el árbitro sirvió para sacar al mejor jugador de ellos del partido no tenía de qué arrepentirme. El viejo intentó persuadirme con discursos filosóficos y moralejas, pero esa vez el que no se movió de sus convicciones fui yo.
Alejandro quiso desde siempre que jugara a la pelota porque le parecía fundamental el deporte para el desarrollo de la personalidad y los valores. Sin lugar a dudas, mucho de lo que soy hoy se formó gastando la suela de mis botines en la canchita de Chacabuco. Afrontar los momentos de tensión con hidalguía, el hambre de competencia, el querer siempre superarse, todo eso lo heredé del deporte.
Años más tarde nos enteramos que el cliente de mi viejo nunca fue el padre del pibe golpeado. Se había tratado de una acción de espionaje realizada por la compañía para lograr hacer mejores negocios a cuesta de mi viejo. Desde que supimos la verdad, confirmamos con Alejandro que esos años de jugar a la pelota sirvieron para prepararme para la vida real. De esos días queda la convicción de que el mundo tiene códigos mucho peores que los de Jorge Troncoso, pero que prefiero afrontarlo como me enseñó mi papá.
Muy bueno. Saludos.
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Gracias!
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Me encantó ♥
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