Las mejores vacaciones del mundo, y esto se lo discuto a cualquiera, son ir a ver un mundial. Quizás Río de Janeiro, por la onda de la gente y las minas casi en culo a cualquier hora del día le pelean un poco el puesto, pero el plan mundial me parece todavía mejor.
Lo que pasa con eso de tantas minas medio en pelotas dando la sensación de querer coger todo el tiempo, es que para los que apenas tenemos un “buen lejos” es una trampa mortal. Seamos sinceros ¿Quién de nosotros podría llegar a tener algo con esas minas? Lo más probable es que después de fallidos intentos de levante terminemos angustiados y comiendo salchichas de un food truck pedorro de Copacabana.
En cambio, el mundial es una experiencia única, y no importa tanto el resultado del partido. Nosotros viajamos a Porto Alegre a ver a Messi en una caravana deprimente, llena de muchachos que no podíamos pagar un viaje en avión, ni hoteles céntricos. Así que estuvimos dos días arriba de un micro cantando “Brasil decime qué se siente” en loop y paramos en un tugurio que quedaba a una hora en tren de la cancha.
Ni bien entré al micro y me ubiqué en el asiento un bajito me preguntó:
– ¿Cómo te llamás?
– Juaco
– ¿Juanjo?
– ¡Juaco!
– ¿Juanjo?
– Si… Juanjo.- Así que fui Juanjo todas las vacaciones.
Ojo, no confundan la presencia de trabajadores sin sueños de gloria que tienen en el fútbol una dosis necesaria ilusión, con los barrabravas. Los que viajamos en ese micro éramos personas de bien, de sueldos bajos, es cierto, pero gente de bien. La mayoría se había ido de la casa ocultando el destino, no por piratas, sino por vergüenza. Porque este tipo de gastos siempre se hacen con culpa. (Después la culpa se fue si ven esta foto en la puerta del estadio)
No voy a ser yo quien hable mal de “El cresta”. Una lástima no haber podido compartir mucho con él porque se pasó el viaje completamente borracho. No sé qué quilombo de laburo había tenido antes de salir de Buenos Aires y ya había entrado al micro entonado. Creo que el mundial le sirvió para aflojar, y no me parece mal que le haya gritado “fracasado” a Messi desde la tribuna, el tipo venía con bronca.
Al que tenía más pinta de barra le decían “El mono”. Medía como tres metros y tenía la panza de asado y vino más grande que vi en mi vida. Pero eso era de pinta nomás. La noche antes del partido me golpearon desesperados la puerta de la habitación a los gritos.
-¿Juanjo? ¿Estás ahí? ¿Juanjo? El mono se cayó en la ducha y se hizo una frutilla en la rodilla. No para de llorar del dolor, está desconsolado. Está pidiendo si no le podés ir a poner una curita.
De más está decir que fui y no sólo le puse la curita sino que además logré convencerlo de que me dejara ponerle merteolate con la condición de que le iba a soplar suavecito en la herida. (Pruebas sobre los personajes de esta historia en esta foto)
A mí creo que me ayudó el hecho de ser “Juanjo” esa semana del Mundial de Brasil. Como que me solté. Capaz para eso están las vacaciones, para dejar en el lugar de origen “el año” y ser otras personas un ratito.
Uno de los secretos del fútbol es que vos estás ahí compartiendo con un montón de pelotudos que están en la misma que vos sin la necesidad de mirarse, de charlar, ni nada de eso. Ahí, en el mundial, fuimos todo lo que queríamos ser. Esa debe ser la clave de por qué en la cancha nos abrazamos, lloramos y nos besamos apasionadamente con gente que ni conocemos.
No me jodan con las vacaciones en Punta Cana, porque tirarse como una lagartija a tomar sol es lo mismo en Punta Cana que en Mar del Plata. Si la gracia de las vacaciones es la de esquivar el desastre de la rutina y el laburo a mì que me den una cancha en Porto Alegre… y si pudiera pedir algo más, por favor, que juegue Messi.