Voy a revelar el secreto más guardado de mi vida. Esto que está pasando es mi culpa, y ya no puedo callar más.
Hace unos años, no dire cuantos para preservar a algunas personas, tuve un encuentro especial con alguien a quien llamaremos simplemente “bruja”.
Jamás hubiera accedido a una intervención como tal, pero fui. Quería tomar cartas en el asunto, dejar de ver las cosas y empezar a hacer lo que estuviera a mi alcance. Por eso fui a “la bruja”.
Le conté mi problema y automáticamente empezó a hacer una especie de coreografía con su camisón (o kimono), mientras me tiraba incienso con un raro botafumeiro sobre los hombros.
De pronto vibró el celular en mi bolsillo.
– Juaco, ¿estás en la bruja? ¿y si no hacemos nada? ¿Si confiamos y listo? En la ida los cagamos a patadas y conseguimos un buen resultado.
Me convencieron justo a mitad del gualicho. Entonces le dije a la bruja que prefería parar, que mejor no, que iba a dejar que las cosas sucedieran sin tentar a la suerte. A ella le dije que no me sentía preparado pero no se lo creyó.
La bruja se enojó, se calento como una pipa. Y me dijo que dejar un hechizo a medio camino podía traer contra-hechizos o daños colaterales.
No me importó en su momento y no descubrí los daños colaterales hasta hace unos meses que empecé a hilar los puntos para atrás. Hoy quiero confesarlo todo: los penales son el daño colateral. Lo cuento para romper con esto, aunque mientras siga Gallardo y este River no le importan las brujas.