Cuando llegó, la casa estaba vacía. El resto se había ido cuando comenzaron los síntomas. Ahora, que volvía del médico con la confirmación, estaba más tranquilo… era peor la incertidumbre. Al encontrarse sólo después de tanto tiempo quiso hacer lo pendiente, todo lo que siempre decía que iba a hacer y no podía, todo aquello que estaba postergado.
Lo primero que hizo fue desnudarse y andar bolas por la casa. Le encantó la sensación de libertad en el bamboleo de sus huevos. Apoyó el culo en la silla de plástico. Se movió, sintió el plástico frío en el orto y reflexionó sobre la necesidad de pantalones para sentarse en las sillas de diseño.
Después de un tiempo frotándose la silla por el ojete empezó a excitarse. El filo del asiento le entró por los cachetes del culo. Le rozaba el ano y se le paró la verga. Se agarró la pija que estaba dura como una piedra y goteando. Se hizo una paja. Cuando estaba acabando sintió algo de vergüenza y se alejó del filo de la silla. Le saltó mucho.
Fue por unos papeles, limpió el piso y se sacó lo que le quedaba de semen en la mano. Pensó que, ahora que se había masturbado como nunca y estaba sólo, iba a poder hacer ese montón de cosas que tenía postergadas. Se sintió afiebrado y buscó un libro. Fue a la cama. Se acostó para leer. Pasó tres páginas. «Esta historia no empieza», pensó. Cerró el libro.
El roce de la pija contra el colchón lo hizo excitarse como cuando era adolescente. Unos minutos después estaba masturbándose como cogiendo un colchón. Entre la fiebre y la excitación le venían imágenes de tres mujeres distintas: una rubia, una pelirroja y una morocha. Se puso a chupar la almohada mientras imaginaba que era la concha de la rubia y a cogerse el colchón mientras le decía «¿te gusta así morocha hermosa?». La pelirroja la imagino chupándole el orto despacito, y usó su propio índice como lengua imaginaria. Acabó por segunda vez.
El colchón quedó completamente lleno de semen. Se hizo a un costado. Le dio vergüenza tener toda la almohada chupada y el colchón sucio. Sintió culpa. Era el momento para hacer lo que debía, lo atrasado. Era tiempo de escribir, de empezar el emprendimiento y la pyme. Sintió tanta culpa que se quedó angustiado, casi llorando, recostado en la cama hasta quedarse dormido.
Cuando se despertó se sintió sucio . Se dio una ducha. En la ducha le aparecieron unas cuantas ideas de historias para contar. Salió con fuego creativo del baño y, así desnudo como estaba, se propuso una paja más «como para relajar y soltar la mano». Se pajeo mirándose su propia pija, en piloto automático. Esta vez, en lugar de saltarle, le brotó a borbotones. Como estaba con el abdomen sucio se metió otra vez en la ducha, pero solo para sacarse la guasca de la panza.
Estaba haciéndose de noche. Decidió que era un buen momento para arrancar. Cuando se sentó frente a la computadora no tenían las ideas la fluidez que él creía. Le echó la culpa al lugar, a la poca inspiración que brotaban de las paredes y a la enfermedad.
Pidió comida china para no perder tiempo. Mientras esperaba la cena buscó una serie para mirar. Vio un capitulo. Llegó la comida. Vio otro mientras comía. Terminó de comer y puso el principio de un tercero. Cortó para lavar los platos. Volvió para ver el final.
– La noche es más inspiradora- pensó.
Se volvió a sentar a la computadora. Abrió en una pestaña el twitter, en otro puso porno. Miró porno. Se pajeo una vez más. Sintió culpa por haber malgastado el día. Pensó en que el emprendimiento nunca iba a salir adelante y se frustró. Se acostó a dormir. Tenía tanta ansiedad que no podía conciliar el sueño. Historias truncadas le venían a la mente. Creía que todas eran buenas, pero que nunca iba a poder escribirlas. Abrió la computadora. Escribió que cuando llegó tenía coronavirus y la casa estaba vacía.
Muy buena y no he perdido vista. Si algunos que conozco leyeran esta entrada, se quedaban ciegos además de obsoletos. Me gusta. Saludos.
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