No se puede andar en bicicleta con el pito parado. No es que haya una restricción legal, o moral, no. Es algo que comprobé a los doce años, minutos después de mi primer beso.
De chico no me gustaba mucho andar en bicicleta. Lo único que me gustaba era ir al parque a jugar a la pelota. El fútbol me gustaba más que los asados, el mate y el tango. Lo que sí hacía a veces era, para llegar más rápido a jugar a la pelota, ir al parque en bici.
Ese día los chicos tardaron más que de costumbre. Mientras esperaba me puse a hacer carreras con una morochita de pelo corto, que me desafió ni bien llegué. Nunca una mujer me había desafiado. Desde luego, me enamoré en ese mismo instante.
Pasaron varias carreras. Ella dijo que estábamos empatados, y yo le creí… o no me importó. “Hagamos la última a ver quien gana” desafió. Tuve un sensación amarga, como la de la leche blanca sin Nesquick. Asentí sin hablar mientras me ataba los cordones simulando estar interesado en ganar. En verdad me angustiaba la idea de su partida.
“Preparados, listos, ya” gritó la morocha de pelo corto y yo la dejé avanzar. Ganar era tenerla a mi espalda y yo quería verla. La dejé ir adelante y traté de recordar cada detalle. En un momento, ella giró para verme y perdió el equilibrio. Apuré el paso para ayudarla. Pensé en los príncipes de los cuentos, a caballo al galope para rescatar a sus princesas, y me reproché pensar en cosas de puto.
No llegué a tiempo y pude ver como se caía, como estiraba la mano y como quedaba aplastada en el suelo por su propia bicicleta. Frené sin elegancia y me acerqué trotando. La ayudé a levantarse y pude ver como tenía en la rodilla un manchón de sangre. Me impresionó tanto que miré para otro lado para no desmayarme.
Ella se levantó sola y caminó con dificultad unos pasos. Pensé en agarrarla a upa pero me daba mucha impresión como tenía la pierna y reflexioné que si la llevaba en mis brazos iba a tener muy cerca su lastimadura.
-Me duele un poco al pisar, ¿no me darías la mano?
La tomé de la mano con firmeza, no quería que se diera cuenta que estaba temblando. Llegamos al árbol y la abracé para que se sentara, le soplé la herida de la pierna y me pidió que le tocara el corazón para que viera cómo le latía del susto. Entonces quedamos frente a frente en un segundo eterno. Tuve tanto miedo que cerré los ojos. No fui yo el que terminó por dar el beso, sino que con los ojos cerrados sentí su boca suave en mi boca. Fue un beso de terciopelo. Con el contacto consumado la tomé por el cuello mientras nuestras lenguas se enlazaban.
Como todo beso de principiante fue malo, pero no lo supe hasta tiempo después. Con los ojos cerrados y nuestras lenguas en territorios extraños empecé a sentir como mi masculinidad crecía. Era mi primera vez y desconocía por completo que eso pudiera pasar. Tuve miedenza (una palabra que inventé ese día para significar el justo medio entre el miedo y la vergüenza).
Cuanto más se hincaba mi virilidad más me alejaba de ella para que no sospechara. En consecuencia, mi postura besadora era, por lo menos, extraña. Ahí estaba yo con el cuello estirado, mi mano en la cabeza de ella y mi pulgar acariciando su mejilla. Y, por otra parte, mi cola tirada para atrás y la otra mano en el bolsillo, disimulando mi pito parado.
El beso duró todos estos años porque la magia de un primer beso nunca se olvida. Abrí los ojos y vi su rostro. Ella abrió los suyos y me miró sonriendo. Nos besamos con besos cortos y secos algunas veces más, mirándonos.
– Me tengo que ir… besas suave.
Se levantó, sin renguear. Caminó tranquila hasta la bicicleta y la levantó. Me buscó como invitándome. Yo intenté pararme con las manos en los bolsillos, pero no pude. Ella montó su bici y aproveché su distracción para caminar rápido hasta la mía y la vi pedalear hasta desaparecer.
Al día siguiente volví al parque, pero ella nunca apareció. Creo que es mucho mejor no habernos cruzado jamás. Así, ella seguirá siempre en la memoria impoluta de ese instante eterno, ese segundo en que mis labios tocaron por primera vez los de una mujer.
Buen recuerdo. Nunca se sabrá cómo podría haber sido la continuación.
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Y creo que es mejor así, no? Nunca habrá besos de despedida o peleas sin sentido
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También es verdad.
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Qué bueno, el comienzo es potente, ja, ja. La adolescencia, qué bonita y qué dura 😁
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Lo de dura ira en referencia al texto? 🤪
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Ha sido casualidad 😏
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Aayyy morí de amor!! Hermosamente redactado! Tenés una fan más jajaj
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gracias! ahí también entre a tu blog y estuve leyéndote!! estamos en contacto!!
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Qué bonito relato. Me gustó mucho. Te sigo leyendo.
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Estamos leyendonos! Gracias por pasar por aquí también
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